jueves, 11 de marzo de 2010

La estrategia menemista de Kirchner

Cuando habla de la "máquina de impedir" está citando el libro de Emilio Perina, aquel intelectual que asesoró en marketing al riojano. D. Schurman.


Néstor Kirchner echó mano a su flamante latiguillo.
–Son la máquina de impedir –atizó en su enésimo acto por el conurbano bonaerense.

¿El destinatario de las palabras? Una supuesta oposición quejosa y legalista que impide las transformaciones de fondo.
(...)
Aquella antinomia de lo nuevo y lo viejo duró lo que la luz de un fósforo. Hace tiempo que el santacruceño volvió sobre sus pasos, sepultó el proyecto transversal y recurrió desesperadamente al aparato partidario, la peor cara del peronismo.

La alianza con intendentes de dudoso desempeño difuminó así las pretendidas líneas divisorias entre el bien y el mal.
(...)
Cuando Kirchner habla de la “máquina de impedir” está citando el libro de Emilio Perina, aquel intelectual que brindó asesoramiento de marketing y comunicación al riojano.

Moisés Konstantinovsky, el verdadero nombre de Perina, fue un activo militante liberal que combatió la burocracia parlamentaria y el estatismo. Su fuente de inspiración fue el ministro de Economía de facto José Martínez de Hoz; y el propalador de sus preceptos, el inefable Bernardo Neustadt.

¿La idea de acuñar la frase de aquel defensor de la dictadura fue de Fernando Braga Menéndez o de la Secretaría de Medios de la Nación? Ni el publicista oficial ni el área que comanda Enrique Albistur se hicieron cargo.

“Supongo que habrá sido una ocurrencia del propio Néstor. Y si bien puede resultar jodido usar una frase que pertenece a una década infame, debo reconocer que hablar de la ‘máquina de impedir’ es tan gráfico y entendible que termina siendo algo provechoso”, evaluó Braga Menéndez.

Evidentemente, a la Casa Rosada le resulta funcional para contrastarla con el “Nosotros hacemos”, leit motiv de los spot de Gobierno. Esta contradicción entre “los que hacen” y “la máquina de impedir” acerca una vez más al “Kirchner que hace” con el “Menem lo hizo”, dejando en la vereda de enfrente a una oposición cuyo reclamo de mayor institucionalidad se presenta como un mero obstáculo.

Las candidaturas testimoniales bien podrían representar una batalla en la guerra que libran el pragmatismo y la legalidad. Esta tensión existe desde la vuelta a la democracia y ofrece algunas curiosidades.

Mariano Grondona, el furibundo crítico del Gobierno que no trepida en realizar observaciones de tipo moral, hoy podría ser el soporte intelectual del oficialismo.

¿Cómo es eso? El periodista pro dictadura que para los Kirchner contagia un ánimo destituyente hizo escuela en esto de bancar a “los que hacen” frente a “los que impiden”. Claro, su prédica se remonta a los 90, cuando apoyaba el pragmatismo menemista. Grondona utilizaba los mismos argumentos que hoy deslizan ¿inocentemente? algunos funcionarios de la Casa Rosada.

Escuchemos a Mariano:
  • "Tampoco el legalismo es inobjetable en tiempos de necesidad. Imaginemos que en lugar de Menem hubiéramos tenido de presidente en 1989 a algún otro dirigente reconocido por sus escrúpulos legales y morales (…) ¿Habría venido de ellos la imperiosa transformación?”
  • “Si se mira hacia atrás, ni uno solo de los proyectos transformadores de estos años, desde la privatizaciones telefónicas hasta la construcción de grandes hoteles y autopistas, dejó de suscitar ardientes objeciones. Si los objetores hubiesen ganado todas y cada una de sus batallas, ¿qué quedaría hoy de la Argentina?”
  • “El contraste entre pragmáticos y legalistas es en última instancia insuperable porque responde a dos morales radicalmente diferentes. Max Weber llamó ‘moral de la convicción’ al credo legalista. Según este criterio moral, lo que cuenta no es el resultado sino la intención. El legalista piensa como Kant: ‘Que se haga la justicia, aunque el mundo perezca’. Desde el ángulo de la moral de la convicción, lo que importa es salvar el alma aun a costa del mundo.”
  • “Fue el propio Maquiavelo el que advirtió que el triunfo de los pragmáticos –a quienes llamaba ‘audaces’– o de los legalistas –a quienes llamaba ‘prudentes’– depende del estado de los tiempos.”
  • Cuanto mayor sea la emergencia, cuanto más grave sea la crisis, al audaz se le perdonarán más transgresiones con tal de que salve a todos del peligro. Mucha gente aceptó lo que Menem hizo en los tiempos de la necesidad aun cuando no le gustara lo que Menem era. Hoy, esas mismas personas se rasgan las vestiduras ante la obstinada permanencia de sus métodos”. 
Aunque Kirchner se obstine en llamarlo “el innombrable”, Menem asoma a cada rato en la campaña. El respeto a las instituciones que fomentó a principios de su gestión –la conformación de la actual Corte Suprema es un buen ejemplo de ello– cedió a un pragmatismo que ahora amenaza profundizarse.

Es paradójico proclamar un modelo de inclusión –reivindicatorio de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, la justa distribución de la riqueza y un Estado presente– valiéndose de los discursos de Neustadt y Grondona y de las prácticas de Menem. A no ser que el Gobierno esté mutando.

(de Crítica Digital, para ver la nota entera, cliquee aquí)

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